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El deterioro de la relación México-EU
México dejará ir un gran momento para dar un estirón de crecimiento económico y, por tanto, mejorar la calidad de vida de la población.
La contrarreforma eléctrica es un desafío abierto a la Casa Blanca y al Capitolio, y retar así a Estados Unidos cuando sus demandas tienen sustento legal y han sido expresadas con respeto por el embajador Ken Salazar, no traerá nada bueno para México.
En pocos momentos de la historia reciente, quizá con el más inmediato precedente del asesinato del agente de la DEA en México, Enrique Camarena Salazar (1985), nunca se habían deteriorado las relaciones con Estados Unidos de manera tan acelerada.
¿Lo anterior quiere decir que Estados Unidos va a tomar medidas que arruinen a México o desestabilicen de alguna forma al gobierno mexicano?
No. México está blindado, hasta cierto punto, contra los arrebatos o respuestas iracundas del poderoso vecino, desde finales de 1993, cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En el TLCAN original, recordemos, el gobierno de México no aceptó incluir un capítulo energético, como lo demandaba la administración de George H. W. Bush.
Y ahora, en la renegociación que dio a luz el TMEC, se incluyó el capítulo energético a solicitud del representante del presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador.
Cuando se firmó el TMEC, el presidente electo felicitó al representante suyo en el grupo negociador, Jesús Seade, por los ajustes realizados en energía.
La pregunta que se hacen aquí, tiene sentido: si no iban a cumplir el acuerdo, ¿para qué lo firmaron?
Habrá demandas internacionales, sin duda
Y aunque el Congreso mexicano rechace las propuestas hechas en materia eléctrica por el presidente López Obrador, éstas se van a aplicar en los hechos.
Basta que, por la vía burocrática, no se otorguen licencias para explorar y producir energías limpias, y tampoco renovar las que ya hay.
Con ello México va a perder, y mucho, en cuanto a oportunidades para atraer inversión privada, nacional y extranjera.
Dejará ir un gran momento para dar un estirón de crecimiento económico y, por tanto, mejorar la calidad de vida de la población.
Pero Estados Unidos seguramente se abstendrá de aplicar represalias comerciales más allá de las sanciones de los tribunales en el marco del tratado, porque no va a castigar a la economía de su socio comercial, el primero o el segundo del mundo.
La población mexicana puede no ver las oportunidades que pierde, porque está ocupada en sacar el día a día, y el gobierno obtendrá provecho político-electoral de su retórica ‘antigringa’.
Que México destruya su condición de destino seguro para la inversión extranjera causa daño al país y cercena los caminos para el crecimiento.
Eso, hay que subrayarlo, carece de impacto electoral inmediato. Es obra indispensable –construir confianza–, pero no se valora a simple vista.
Y al gobierno mexicano le interesan las elecciones y la popularidad del titular del Ejecutivo, no el progreso de la nación.
Si es que hay un cálculo en la decisión de dañar la relación con Estados Unidos, éste se basa en que la inversión extranjera seguirá llegando a México –aunque en menor grado–, simplemente por su localización geográfica junto al mercado más grande del mundo.
El cálculo, realista en lo inmediato, es que Estados Unidos necesita más a México que México a Estados Unidos.
Migración es el punto sensible. Y el gobierno mexicano tiene la llave para evitar un caos migratorio en la frontera.
A México están llegando los refugiados ucranianos que quieren entrar a Estados Unidos. Y a partir del 23 de mayo podría haber una nueva emergencia migratoria con el levantamiento del Título 42.
Si el gobierno mexicano, discretamente, abre la compuerta a los flujos migratorios centroamericanos, Biden y su partido tienen asegurada la derrota en noviembre.
Biden tiene poca fuerza para sacar adelante su propia agenda, debido a su raquítica mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes.
Por tanto, no se puede esperar mucho de él en la aprobación de recursos a proyectos que le interesan a México.
Los actuales gobernantes mexicanos prefieren a Trump, porque se identifican en su esencia disruptiva y retardataria. Ahí está su apuesta.
Mientras llegan los tiempos electorales en Estados Unidos, el gobierno lopezobradorista piensa, de cara a sus lecciones en 2024, que puede extraer un mayor capital político ondeando la bandera patriótica, nacionalista y soberanista.
Hay otro riesgo en esa apuesta, además de dejar pasar una oportunidad para detonar el desarrollo de México con una inyección histórica de nueva inversión extranjera: el presidente de Estados Unidos, por débil que esté internamente, sigue siendo el presidente del país más poderoso del planeta.
No está de más insistir en el consejo que me dio, con todos los años de su sabiduría forjada en la práctica, el dueño de un periódico que dirigí: ten cuidado, porque más peligroso que un presidente cabrón es un presidente encabronado.